A verona



Desperezo en blanco / Macedonio Fernandez

En aquellos tiempos pasados tan lejanos que no existía nadie, pues nadie se animaba a existirlos por lo muy solitarios que eran para toda la gente, y además, no se podía pasar ningún rato en ellos porque carecían de presente en el cual todos los ratos están contenidos y otros además, pues como estaban perdidos en la "noche de los tiempos" no se veía dónde estaban; lo que impidió alojarse en ellos, todo lo cual lo sabemos por la Paleontología -tan conocedora del pasado como ignorantes nosotros del presente-, en aquellos tiempos que las personas más ejercitadas en la vejez recuerdan olvidar, nuestros pies eran cascos y el hombre inteligente les dio un amparo que no necesitaban, rodeándolos de botines por la parte de afuera, acomodo que nunca habían conocido, pues hasta entonces habían pertenecido al mundo exterior y no sabían lo que era ser ellos una cosa de adentro de nada; por el contrario, se caracterizaban y se les reconocía por hallarse siempre disparados y lo más distantes posibles siendo lo más alargados, externos, salidos y correcalles que hubiera, además de su singularidad eterna de ser un artículo par, y andar obligando a todo a ser par, como par de medias, par de botines, a diferencia de la nariz que se basta con un arco de anteojos, puesto encima para ser impar. Es comprobada la constancia de los zapateros que nunca han variado de ocupación siendo ellos siempre los que hacen los botines y han aconsejado su colocación en los pies como la más cómoda, muy superior a la costumbre nunca usada de llevarlos en una valija o en el bolsillo. No son los peluqueros pues los que hacen todo incluso botines, como pretenden hacerlo creer por su peinado y la conversación que dirigen a la cabeza del cliente como para llenársela por si está vacía. Si usasen la conversación partida al medio como su inimitable peinado, tendrían para dos clientes a la vez, mas como cada cliente tiene otro artista para él en ese momento, un fuerte sobrante de conversación fluiría hacia la puerta del negocio y correría por las calles, teniendo su manantial en las barberías y su cauce en la calzada, que según indica su nombre, es jurisdicción de los zapateros.

No veo otro camino para que los peluqueros invadieran, como tanto lo han deseado, el oficio de aquéllos, logrando hacer brillar su arte en ambos extremos anatómicos. Por otra parte, el peinado es una manera de pensar por fuera de la cabeza, por lo que debieran sentirse orgullosos los artesanos que tomando la navaja al dejar las tijeras, nos tienen tan acobardados y sitiados como para despojarnos de nuestro cabello sin protesta ni intento de fuga. Pero volviendo al asunto inmediato que no olvidaré un solo momento, quería enseñar que si las durezas plantales originaron los botines, éstos están haciendo nacer tantas que pronto volveremos a la dureza única. Es, pues, un círculo el progreso y la espiral de Goethe no condice con el piloso principio y el coriáceo final de la anatomía humana.

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