Y sin embargo / Sabina



De sobras sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por ti la vida entera, por ti la vida entera; y, sin embargo, un rato, cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera.

Ni tan arrepentido ni encantado de haberme conocido, lo confieso. Tú que tanto has besado tú que me has enseñado, sabes mejor que yo que hasta los huesos sólo calan los besos que no has dado, los labios del pecado.

Porque una casa sin ti es una emboscada,el pasillo de un tren de madrugada, un laberinto sin luz ni vino tinto, un velo de alquitrán en la mirada.

Y me envenenan los besos que voy dando y, sin embargo, cuando duermo sin ti contigo sueño, y con todas si duermes a mi lado, y si te vas me voy por los tejados como un gato sin dueño perdido en el pañuelo de amargura que empaña sin mancharla tu hermosura.

No debería contarlo y, sin embargo, cuando pido la llave de un hotel y a media noche encargo un buen champán francés y cena con velitas para dos, siempre es con otra, amor, nunca contigo, bien sabes lo que digo.

Porque una casa sin ti es una oficina, un teléfono ardiendo en la cabina, una palmera en el museo de cera, un éxodo de oscuras golondrinas.

Y cuando vuelves hay fiesta en la cocinay bailes sin orquesta y ramos de rosas con espinas, pero dos no es igual que uno más uno y el lunes al café del desayuno vuelve la guerra fría y al cielo de tu boca el purgatorio y al dormitorio el pan de cada día.

A verona



Desperezo en blanco / Macedonio Fernandez

En aquellos tiempos pasados tan lejanos que no existía nadie, pues nadie se animaba a existirlos por lo muy solitarios que eran para toda la gente, y además, no se podía pasar ningún rato en ellos porque carecían de presente en el cual todos los ratos están contenidos y otros además, pues como estaban perdidos en la "noche de los tiempos" no se veía dónde estaban; lo que impidió alojarse en ellos, todo lo cual lo sabemos por la Paleontología -tan conocedora del pasado como ignorantes nosotros del presente-, en aquellos tiempos que las personas más ejercitadas en la vejez recuerdan olvidar, nuestros pies eran cascos y el hombre inteligente les dio un amparo que no necesitaban, rodeándolos de botines por la parte de afuera, acomodo que nunca habían conocido, pues hasta entonces habían pertenecido al mundo exterior y no sabían lo que era ser ellos una cosa de adentro de nada; por el contrario, se caracterizaban y se les reconocía por hallarse siempre disparados y lo más distantes posibles siendo lo más alargados, externos, salidos y correcalles que hubiera, además de su singularidad eterna de ser un artículo par, y andar obligando a todo a ser par, como par de medias, par de botines, a diferencia de la nariz que se basta con un arco de anteojos, puesto encima para ser impar. Es comprobada la constancia de los zapateros que nunca han variado de ocupación siendo ellos siempre los que hacen los botines y han aconsejado su colocación en los pies como la más cómoda, muy superior a la costumbre nunca usada de llevarlos en una valija o en el bolsillo. No son los peluqueros pues los que hacen todo incluso botines, como pretenden hacerlo creer por su peinado y la conversación que dirigen a la cabeza del cliente como para llenársela por si está vacía. Si usasen la conversación partida al medio como su inimitable peinado, tendrían para dos clientes a la vez, mas como cada cliente tiene otro artista para él en ese momento, un fuerte sobrante de conversación fluiría hacia la puerta del negocio y correría por las calles, teniendo su manantial en las barberías y su cauce en la calzada, que según indica su nombre, es jurisdicción de los zapateros.

No veo otro camino para que los peluqueros invadieran, como tanto lo han deseado, el oficio de aquéllos, logrando hacer brillar su arte en ambos extremos anatómicos. Por otra parte, el peinado es una manera de pensar por fuera de la cabeza, por lo que debieran sentirse orgullosos los artesanos que tomando la navaja al dejar las tijeras, nos tienen tan acobardados y sitiados como para despojarnos de nuestro cabello sin protesta ni intento de fuga. Pero volviendo al asunto inmediato que no olvidaré un solo momento, quería enseñar que si las durezas plantales originaron los botines, éstos están haciendo nacer tantas que pronto volveremos a la dureza única. Es, pues, un círculo el progreso y la espiral de Goethe no condice con el piloso principio y el coriáceo final de la anatomía humana.

El accidente de Recienvenido / Macedonio Fernandez

-Me di contra la vereda.
-¿En defensa propia? -indagó el agente.
-No, en ofensa propia: yo mismo me he descargado la vereda en la frente.
-La cornisa de la vereda -apuntó un reportero- le cayó sobre el rostro a nivel de la tercera circunvolución izquierda, asiento de la palabra...
-Y del periodismo -insinuó el accidentado.
-Que ha recobrado en este momento. -Y sigue redactando el periodista: -El artesonado de la acera...
-No se culpe a nadie, propongo... -No, eso es para suicidarse.
-De mi pronta mejoría, quería decir. Ruego al señor reportero que figure algo en la noticia de "decúbito dorsal".
-No hay necesidad: los operarios tipógrafos lo ponen siempre. O si no, ponen: "base del cráneo".
-¿Se me dirá si me puedo levantar sin deslucir la noticia de un suicidio?
-¿Iban mal sus negocios?
-Nada de eso: la única dificultad ha sido el cordón de la vereda. -¿Puedo anotar oposición de familia a su noviazgo?
Otro insiste en que había mediado agresión y le ruega aclare si se interponía "un viejo resentimiento".
-Alguien, un desconocido desde mucho tiempo atrás para usted, avanzó resueltamente y desenfundando un cordón de la vereda Colt­Browing se lo disparó.
En fin, Recienvenido empieza a sulfurarse y los increpa:
-¡Yo estaba aquí antes que ustedes y mis informes son más antici­pados! Voy a darles un resumen publicable:
"Yo caí. fui derribado por el golpe de la orilla de la vereda; sin embargo, no necesitaba ya serlo, pues mi cabeza salió a recibir el golpe yéndose al suelo.
"Caí; fue en ese momento que me encontré en el suelo. Ninguna persona había.
-¡Estaba yo! -Y yo.
-Y yo --dicen los reporteros.
-Muy bien. No imaginando que hubieran tantas personas en torno mío que me precisaran, invertí unos minutos de desmayo en estarme
quieto sin apresuramiento. Cuando desperté, me supuse o que había recibido parte de la vereda en la cabeza, o que había leído algún capítulo de Literatura Obligatoria del Mío Cid o el Cielo del Dante. Rodeado, en las cuatro direcciones de la instrucción pública, N. S. E. y O., por infinitas personas en número de setenta que habían abandonado importantes negocios para formarme un cinturón zoológico suburbano, se llamó a la Asistencia Pública para que me trajera un vaso de agua que nunca llegó. -Retardo de la Asistencia Pública -anota un cronista.
-Algo de delirio -otro.
-¿Me permiten? -siguió Recienvenido-. No obstante la falta de horario, el accidente es la única cosa que yo nunca he visto desperdiciar; el agua caliente, el fuego, desperdiciamos con frecuencia, pero siempre alrededor de aquél he visto a muchas personas que están juntando al accidentado, rodeándolo para que no se filtre y desparrame, formando un círculo tan perfecto como perfecto es el centro de él formado por la persona más o menos completa en el momento que ha tomado el papel de accidentado.

Tio abuelo completo




LOS AMIGOS DE LA CIUDAD / Macedonio Fernández

En los vendavales lo primero que vuela, sin desanimarse, con toda regularidad, son los techos; más fácilmente cuando la población termina por todos los rumbos en casas. Si no hubiera sino edificios centrales, muy mitigado sería este desorden, así como es cosa segura que la supresión de la delantera de los autos imposibilitaría a los transeúntes de darse contra ellos y estos vehículos serían usados solo por dentro.

Sin ninguna pretensión difundo estas informaciones, pero sí es cierto que me halago de poder comunicar lo siguiente:

En cierta localidad por influencia de un municipal cuyo nombre no os perdono equivocar pese a mi modestia, organizase tan bien el desorden de partida y de llegada de los techos en las tempestades que todo perjuicio se anuló, pues si bien es cierto que no pudo impedirse que estos preciosos adornos de las habitaciones se alistaran, como siempre,
De los primeros en la subversión del viento, se les había podado con medida exacta, junto a la poda de árboles y por el mismo personal municipal tan experto, que las azoteas expedicionarias ofrecían el espectáculo de un trabajo inútil, dado que iban cayendo sobre las casas cuyo techo acababa de volar, reemplazándolo tan bonitamente que la familia ocupante no notaba interrupción alguna en el servicio de techados.

Cuando la circulación de techos se daba por terminada, quedaba, naturalmente, destechada la primera fila de casas y descasada la última línea de techo, algunos de los cuales podían haberse asentado sobre una vaca o un peral, sin provecho comparable al que procuran cubriendo casas. Entonces por un movimiento municipal envolvente se hacía girar los techos dispersos en una hermosa curva hacia atrás hasta que cayeran sobre la fila de casas destapadas. A veces una tormenta del opuesto cuadrante lo hacía todo. Sólo una vez se tuvo inconveniente con esta preparación sabia; y fue que los techos que aquél municipio eminente volaron injustificadamente, engañados por un remesón de terremoto que creyeron vendaval y usurpando por error el turno de los cristales, que son los que deben romperse y desordenarse en los días en que corresponde terremoto.
La hábil fórmula de municipal preocupación que rememoro, tuvo particular premio por obra de un vecino rico y agradecido, quien regalo a la urbe un bosque; la municipalidad dispuso dotarlo inmediatamente de arbolado, pues nuestra comuna no aprobaba otro decorado, con fondos municipales, que el constituido por plantas y no era congruente que el bosque, nuevo bien municipal gratuito y valioso, careciera de este ornato invariable de calles, plazas y jardines.

Sigue





Hasta aquí nada que justifique la convocatoria al grupo de eminencias de la investigación, ni siquiera la existencia de este relato. Pero falta lo sorprendente, justo cuando el balón está por trasponer la línea, luego del remate defectuoso del delantero, sobreviene un misterioso apagón que deja el estadio absolutamente a oscuras, para retornar la luz tras varios segundos mostrando a un arquero de gesto displicente esperando el pitazo final con la pelota en sus manos.

El gol no fue, el colegiado adujo que no podía cobrar lo que no había visto, la victoria tampoco, y aunque esto último ya era habitual, nunca estuvieron tan cerca. ¿Se trató de una fatalidad? ¿Había alguien detrás de la desgracia? ¿Tal vez una maniobra poco escrupulosa para despojar del triunfo a nuestro querido club? El resultado era inapelable, pero la intención era determinar con rigor científico lo que había sucedido.